Eso no era amor, era miedo a perder
Durante mucho tiempo creí que amar era preocuparse todo el tiempo. Me acostumbré a confundir amor con necesidad. Con angustia. Con esa sensación de estar siempre en la cuerda floja.
Pero con el tiempo entendí que eso no era amor.
Era apego.
El apego se disfraza de intensidad, pero es carencia.
Te hace creer que sin la otra persona no puedes.
Que si se aleja, algo hiciste mal.
Que si no está, te falta el aire.
El amor de verdad no te hace temblar.
Te cuida sin exigencias, sin juegos, sin castigos silenciosos.
No te pide que te expliques constantemente ni que escondas partes de ti para ser más fácil de querer.
La gran diferencia está ahí:
el apego te vuelve adicto a alguien.
El amor te invita a estar en paz contigo, incluso cuando estás con alguien más.
Y no, no es fácil verlo al principio.
Porque nadie nos enseñó a amar desde la calma.
Nos acostumbramos a las historias de dolor, de idas y venidas, de intensidad disfrazada de destino.
Pero una relación sana no se siente como una montaña rusa, se siente como un hogar.
Aprender a distinguirlo me cambió la vida.
Y por eso escribo esto.
Para recordarte que querer no debería doler.
Que amar no es sufrir, ni esperar siempre, ni vivir en función de otro.
Y sobre todo: que nunca deberías dejarte a ti por quedarte con alguien más.
Gracias por llegar hasta aquí.
Si en algún momento este texto te hizo sentir comprendido/a, ya valió la pena escribirlo.
Seguimos caminando, soltando y aprendiendo a amar distinto. 🤍